James Cook nació el 27 de octubre de 1728 (7 de noviembre según el calendario gregoriano) en un pequeño pueblo del norte de Inglaterra llamado Marton. En ese rincón perdido de Gran Bretaña y siendo hijo de un granjero, nada parecía presagiar que aquel niño se convertiría en uno de los mayores exploradores de la historia y navegaría prácticamente por todos los océanos del planeta. Nada excepto su gran curiosidad: a pesar de que solo acudió a la escuela durante cinco años, demostró a lo largo de su vida una gran iniciativa por aprender todo aquello que le podía ser de utilidad para alcanzar sus metas.
Durante su adolescencia empezó a trabajar en la ciudad portuaria de Whitby, donde sintió por primera vez la llamada del mar. A los 18 años se enroló en la flota mercante del armador John Walker, que se dedicaba al transporte de carbón por vía marítima: durante nueve años navegó por el Báltico y el Mar del Norte, tres como aprendiz y otros seis como marinero, escalando puestos rápidamente hasta que llegaron a ofrecerle el mando de una nave. Sin embargo, en 1755 tomó una decisión arriesgada: dejar la marina mercante y alistarse como voluntario en la Marina Real, la armada del Reino Unido.
Su decisión podría resultar insólita, ya que en la Marina Real debía empezar de nuevo su carrera desde abajo, justo en el momento en que le habían ofrecido el mando de un barco. Sin embargo, Cook tenía motivos para tomarla, pues entrar en la marina mercante le habría condenado probablemente a navegar por las mismas costas durante toda la vida, mientras que la armada le ofrecía la posibilidad de recorrer todo el mundo y, sobre todo, de dar salida a una pasión que se convertiría en su gran competencia profesional, la cartografía. Además, sus dotes de mando, que ya le habían hecho ascender rápidamente en la marina mercante, no pasarían inadvertidas tampoco a sus superiores en la armada.
No pasó mucho tiempo antes de que pudiera demostrar ambas cosas: al año siguiente, en 1756, estalló la Guerra de los Siete Años. Este conflicto enfrentó, entre otros países, a Gran Bretaña, Francia y España por el dominio de las colonias en la costa atlántica de Norteamérica. Fue su gran oportunidad para demostrar sus dotes de mando y en 1757 fue nombrado contramaestre, lo cual le capacitaba formalmente para comandar un barco. Durante el conflicto también dio muestras de sus habilidades en el mundo de la cartografía, elaborando mapas detallados del Golfo de San Lorenzo que fueron de gran ayuda a los británicos para lanzar ataques por sorpresa contra sus enemigos.
Ese don no pasó inadvertido a sus superiores, que decidieron aprovechar su potencial. Terminada la guerra en 1763, ofrecieron a Cook el mando de un bergantín de la Marina Real, el HMS Grenville, y le encomendaron la misión de cartografiar las costas de Terranova, Labrador y el Golfo de San Lorenzo para identificar las rutas de navegación más seguras. Pasó cinco años ocupándose de aquella tarea, durante los cuales estudió astronomía y trigonometría para trazar mapas más exactos. El resultado fue impresionante y atrajo la atención de la Royal Society, la sociedad científica más antigua del Reino Unido. Pero aun así Cook aún no estaba satisfecho. Como dejó escrito, su intención era “ir no solo más lejos de lo que cualquier hombre haya hecho antes que yo, sino tan lejos como creo que un hombre puede llegar”.
EL VIAJE DEL ENDEAVOUR
En 1768, la Royal Society y el Almirantazgo de la Marina Real estaban preparando la primera expedición científica al Océano Pacífico. Los méritos de Cook en el Atlántico Norte le valieron el mando de la misión; la nave que se le asignó fue el HMS Endeavour (un nombre muy apropiado, que en inglés significa «tenacidad»), un bergantín mercante reconvertido: un tipo de barco con el que tenía gran experiencia y que disponía de bastante espacio para carga, una característica muy necesaria para un viaje en aguas inexploradas ya que permitía almacenar agua y provisiones en abundancia.
El viaje tenía dos objetivos principales: el primero era llevar un equipo de la Royal Society hasta Tahití para realizar observaciones astronómicas. Después debería poner rumbo al sur para encontrar el misterioso continente del Polo Sur: la Antártida, entonces llamada Terra Australis, cuya existencia era aún una hipótesis. En esta segunda parte del viaje le acompañaba también Tupaia, un sacerdote tahitiano que debía servirle de guía en su navegación, ya que en el trayecto Cook aprovechó para cartografiar de forma muy completa las islas de la Polinesia.