Este es el discurso con el que Obregón anunció su candidatura para ser presidente por segunda ocasión
Álvaro Obregón fue presidente de México en el periodo de 1920 a 1924, durante su mandato se instauró la Secretaría de Educación Pública con José Vasconcelos. Una vez concluida su presidencia, Obregón se retiró de la política y se dedicó a la agricultura, tuvo plantaciones de garbanzo, trigo y algodón. También incursionó en el sector automotriz, lo que lo mantenía viajando constantemente hacia Estados Unidos.
ero su faceta política no terminaría así.
Obregón se mantuvo presente, conversaba con líderes del ámbito político e incluso visitaba al entonces presidente Plutarco Elías Calles, cuya presidencia pasaba por turbulencias por una persecución religiosa, además del descontento del ejército y organizaciones campesinas por el intento de Calles de deshacer esos grupos.
En este contexto, Obregón decidió reelegirse. En enero de 1927 se reformó la Constitución para que esto fuera posible y en julio de 1928, sería proclamado presidente de México por segunda ocasión. Sin embargo, a los pocos días sería asesinado.
El Gral. Álvaro Obregón aceptó su candidatura
26 de junio de 1927
Por qué vuelve a la lucha política
El país no debe abrigar temor por el resultado de las elecciones
Cuáles son los lineamientos principales de la política que desarrollara al frente de la primera magistratura
Por conducto del señor licenciado don Aarón Sáenz recibimos ayer el texto de las declaraciones hechas por el señor general don Álvaro Obregón, al aceptar la candidatura a la Presidencia de la República. Las declaraciones son las siguientes:
Un imperativo de mis deberes cívicos me impone de nuevo a la Nación para hacerle de nuevo a la Nación para hacerle saber cuál será mi conducta en relación con el problema que se aproxima, de la Sucesión Presidencial y exponerles cuáles han sido las causas determinantes de mi retorno a la vida política, cuya resolución destruye una de las más grandes ilusiones de mi vida.
Desde que alcancé a comprender que los intereses de la Patria y los intereses colectivos, que son los mismos, valen mucho más que los intereses personales y que nuestras propias vidas, he puesto al servicio de ellos todo el contingente de mi modesta capacidad cuando se ven en peligro y es por esto que he sido soldado en diversas ocasiones y desempeñado diversos puestos públicos en otras, y siempre en forma transitoria y por el tiempo que se requiere para salvar las crisis que los han amenazado.
Cuando otorgué la protesta ante el H. Congreso de la Unión como Presidente de los Estados Unidos Mexicanos, en cuya investidura fuí (sic.) ungido por la voluntad popular, recibí millares de felicitaciones de todas partes del país y de más allá de nuestras fronteras. A la mayoría de ellas contestaba que deberían reservarse esas felicitaciones para el día en que yo entregara aquel sagrado depósito al hombre que el voto popular designara para sustituirme, después de haber cumplido tan delicado encargo. Desde aquel momento todos mis esfuerzos fueron consagrados a la realización de tan noble finalidad.
Todos conocen los acontecimientos desarrollados en aquel periodo, y mi labor, mala o buena, está ya juzgada por la conciencia pública. Todos saben también que mi administración se caracterizó por la sinceridad de propósitos y la honestidad con que fueron manejados los fondos públicos. Se lesionaron grandes intereses materiales, es verdad, pero se imponía acatar los justos anhelos populares que dieron aliento y vida a nuestra gran Revolución y que, hechos ya leyes, habían sido catalogados en nuestra Constitución de Querétaro como piedra angular que serviría de base a la redención moral y social de nuestras clases proletarias de las ciudades y los campos, que la Revolución había proclamado redimir y para desfanatizar a todas las clases sociales del país.
El programa de la Revolución hecho Ley, no podía desarrollarse naturalmente en cuatro años; era tarea que requería varios lustros y a mí correspondía solamente plantearlo e iniciarlo, abarcando sus aspectos substanciales y emprendiendo desde luego la parte que a mí me correspondía desarrollar.
Los intereses materiales de dentro y de fuera del país, acumulados en su mayoría bajo el amparo de privilegios concedidos por la dictadura del general Díaz, movieron sus rotativos y entraron en acción con todos los elementos que disponían contra un gobierno que rompía con todos los precedentes establecidos y provocaba, al decir de ellos, un desquiciamiento social. Editoriales de la prensa reaccionaria se leían todos los días desvirtuando la verdad y tergiversando los hechos: notas diplomáticas de Estados poderosos tratando de ejercer presión sobre la administración pública; protestas de Roma, etc., etc.
El Gobierno logró conservar la confianza y el cariño de las masas populares, y con la depuración que se logró hacer en el Ejército, eliminando a los malos militares que con el “bonillismo” se hablan puesto al servicio de la reacción, aquel Gobierno contó con fuerza moral y material suficientes para imponer su autoridad.
Llegó el día en que yo habría de realizar la más cara ilusión de mi vida en materia política, y el día 30 de noviembre de 1924, a las doce horas del día, hacía entrega del Poder que la Nación me confiara durante cuatro largos y penosos años, ante más de cincuenta mil personas que presenciaban aquel acto inusitado en nuestro ambiente político y que aplaudían con delirante entusiasmo aquel acontecimiento que establecía un precedente edificante en nuestra historia.
Ese mismo día, al retornar a mi hogar y sentirme libre de las responsabilidades y de los peligros que hube de sortear durante todo el período de mi Gobierno, y rodeado de todos los seres para mí tan queridos, sentí la necesidad de consagrar el resto de mi vida a las atenciones del (…) y a las actividades del trabajo; haciendo consistir desde entonces mi objetivo principal en la realización de esta finalidad tan justa, que procuré seguir fortaleciendo cada día más (…) mi propósito de no retornar a la (…) vida de la política.
Nuevo programa de vida
Todas mis actividades se encaminaron, desde mi retorno a la Patria Chica, a plantear y a desarrollar mi programa de vida, siempre lleno de fe y de entusiasmo, seguro de realizar aquella suprema aspiración de consagrar el resto de mi vida al trabajo y al hogar. A todos los políticos que a mí se dirigían desde la capital y de los Estados, tratando asuntos de esa índole, les contestaba invariablemente que no podía tomar ninguna participación en política, porque estaba retirado por completo de toda actividad de aquella naturaleza.
En estas condiciones se presenta al país el trascendental problema de la sucesión presidencial. Es natural que la Nación pretenda depositar su confianza en un hombre que pueda reunir la torno suyo la mayor suma de fuerzas morales y materiales para que, al hacerse cargo del Poder, constituya una garantía para el decoro y soberanía nacionales; y por lo que respecta a los problemas interiores, una garantía para la prosecución del programa social iniciado en 1920 por el suscrito y seguido hasta hoy con plausible entereza por el actual Encargado del Poder Ejecutivo Federal.
¿Cómo saber entonces cuál de los nombres que suenan como candidatos se aproxima en sus características a las requeridas en el actual momento histórico para desempeñar tan delicado papel? Dando a la Nación la oportunidad de pronunciar su fallo, exponiendo previamente cada uno sus puntos de vista sobre los problemas del palpitante interés tanto exteriores como interiores, demostrando así cuál está más identificado con las aspiraciones que alientan nuestras clases populares que constituyen la mayoría de nuestra Nación y que, después de haber dado a la Revolución su inmenso contingente de carne de cañón tienen el derecho de ver realizados los anhelos que las impulsaron al sacrificio, estableciendo un Gobierno identificado con ella.
El país juzgará, tomando como base los antecedentes y el nivel moral de cada uno de los candidatos, cuál está más capacitado para hacer honor a los compromisos contraídos.
Las adhesiones y manifestaciones de simpatía que de todas partes del territorio nacional estoy recibiendo a cada momento, exhortándome para que tome parte en la lucha política como candidato, vienen de organizaciones sociales y políticas, de diversos gremios de trabajadores de las ciudades, de organizaciones políticas de estudiantes, de profesionales de grupos profesionales, de hombres de negocios, etc., etc., y me dan el derecho de suponer, aún sacrificando mi propia modestia, que defraudaría los anhelos de una gran mayoría de la opinión pública si evadiera la lucha para realizar mis propósitos de no retornar a la vida política como lo aconseja mi bienestar personal y la ventura y bienestar personal y la ventura y bienestar de mi hogar y esta sola consideración hasta para que acepte el alto honor que me han dispensado todas las organizaciones que me han designado como candidato a la Presidencia de la República para suceder en el Poder al actual Primer Mandatario y que para corresponder mis actos hacer honor a ella, asumiendo todas las responsabilidades y participando en la lucha al frente de todas las organizaciones que me apoyan.
Don Porfirio Díaz, para perpetuarse en el Poder, creyó que bastaba contener de su parte Ejército Federal, y se equivocó. Huerta, para asesinar al señor Madero, no tomó en cuenta la impresión que aquel acto punible causaría en la opinión pública y creyó que le bastaba contar con el apoyo material del Ejército; se equivocó también. Carranza desdeñó la opinión pública hasta el grado de no tomarla en cuenta y sufrió las consecuencias de su error.
Ahora vemos muchos propagandistas, que no son partidarios míos felizmente, que cargan listas de generales, dizque comprometidos con sus respectivos candidatos para hacerlos triunfar, cueste lo que cueste sin intentar siquiera conquistarse la opinión pública.
Por mi parte yo no cometeré la ofensa a los miembros del Ejército Nacional, de andar cuchicheando con ellos para arrancarles un compromiso previo a la elección, para llevarme al Poder. El Ejército Nacional tiene una misión muy elevada y noble que cumplir, consistente en prestar obediencia completa al ciudadano que resulte ungido por el voto popular y cualquier compromiso previo a la elección resulta indecoroso para ambos; y no seré yo repito, quien trate de relajar el honor militar de una institución a la cual he servido, con la pretensión de haber conducido siempre a sus miembros por el camino del honor y de la victoria.
Yo estoy seguro que el actual Ejército Nacional, en su gran mayoría, está integrado por hombres que tienen una concepción amplia de su honor y que ellos cumplirán fielmente con la noble misión que están llamados a representar en la sociedad.
La otra característica, la de disfrazarse para entrar a las lucha cívicas, se confirma con sólo recordar cómo en las pasadas contiendas políticas verificadas después de la Revolución ha venido tomando un disfraz para cada una de las luchas. Cuando el “carrancismo” hizo su conversión pactando con la reacción para imponer a Bonillas, tomó la máscara del “civilismo”; cuando De la Huerta se puso al servicio de la reacción, su más se llamó “anti-imposicionismo”; para la próxima lucha la máscara se llama “Antirreeleccionismo”; y la reacción olvida que las masas populares nunca se dejan guiar por un hombre enmascarado. La máscara, en política, es mortaja; y nunca tan burdo el disfraz como ahora.
A quienes se llamó “reeleccionistas”
Debe llamar la atención el hecho de que fueron los grandes rotativos EL UNIVERSAL y “Excélsior” los que bautizaron el proyecto de reformas de los artículos 82 y 83, con el nombre de “reelección” y que protestaron vehementemente en diversos editoriales contra aquellas reformas que dizque violaban por su base uno de los postulados que había servido de bandera al apóstol Madero.
¿Habrá quien acepte como sinceros esos aspavientos de estos órganos representativos y defensores de los intereses de la reacción? Es claro que no. Ellos protestaban contra las reformas porque expeditaban el camino, hasta entonces discutido y ambiguo, para que pudiera retornar al más alto Poder Público un hombre que, después de desempeñarlo por cuatro años, saliera de él conservando la confianza y el cariño de las masas populares y demás clases sociales que sancionaron su política, y que éstas pudieran traerlo nuevamente al Poder, para confiarle la custodia de sus prerrogativas.
Así fué como inició la reacción su campaña para llamar “reeleccionistas” a los que apoyaron las reformas que, dadas las condiciones en que se realizaron, se ligaban siempre con mi modesta personalidad.
Los llamados “antireeleccionistas” invocan el nombre del señor Madero dizque para salvar un principio político, olvidando que el señor Madero está consagrado como apóstol, y que los apóstoles en materia política no existen. El apostolado se ha ejercido siempre en materia social y lo que más conmovió al señor Madero hasta impulsarlo a la revolución, fueron las condiciones eran deprimentes que guardaban en toda la República las clases desheredadas de la fortuna, que estaban siendo explotadas sin piedad y sin conciencia, y esa fué siempre la médula de sus discursos en la propaganda política; y la nueva orientación de la humanidad entera en los actuales tiempos, tiene como objetivo los postulados sociales en que fundan las mayorías sus esperanzas de un mayor bienestar futuro.
En la lucha vecina, el falso “antirreelecionismo” será el antifaz del partido conservador, y de los revolucionarios aliados a él.
Enhorabuena que se funde un partido de ciudadanos independientes, y que tome el nombre que mejor le plazca, si lo desea “antirreeleccionismo”; que establezca como médula de su programa, la incapacidad de todo funcionario público de elección popular, para volver a ocupar el mismo puesto, que, como principio, habría de generalizarse a todos los cargos políticos, y que presente un candidato independiente también, y con la misma ideología, que no haya sancionado con su colaboración las reformas que ahora pretenden atacar y tendrá entonces todos los derechos a que se le considere partido de principios.
El país no debe abrigar ningún temor por el resultado de la próxima campaña electoral, aunque se repita muchas veces que va a degenerar en tragedia.
Casi inútil resulta hablar de programa de Gobierno, cuando se ha desempeñado el cargo de Presidente de la República durante un periodo completo de cuatro años, en el cual periodo quedó francamente definido mi concepción política y social, que nunca traté de negar y a honor tuve servirlas con toda sinceridad.
Y es natural que la Nación conozca de antemano cuáles serían las pautas de la Administración Pública, que yo presidiera si llegara a favorecerme el voto popular.
Deseo sin embargo, exponer a la consideración de mis conciudadanos algunos puntos de vista sobre los problemas que a juicio mío demandarán mayor atención del que reciba el alto encargo, en el próximo período presidencial, de suceder al actual encargado del Poder Ejecutivo.