«Creo que la unificación con Rusia es nuestro objetivo estratégico, nuestro camino, la aspiración del pueblo. Tomaremos las medidas legales pertinentes en un futuro próximo. La república de Osetia del Sur será parte de su patria histórica: Rusia».
Esas fueron las palabras con las que el presidente de Osetia del Sur, Anatoly Bibilov, hizo público el pasado 31 de marzo su intención de convocar un referendo sobre la adhesión de ese territorio a Rusia.
La noticia encendió las alarmas porque la mayor parte de la comunidad internacional considera a Osetia del Sur como un territorio secesionista de Georgia y no como una nación soberana.
Además, el anuncio se produjo en el contexto de la actual invasión rusa a Ucrania, un país que en los últimos años vio cómo desde 2014 Moscú se anexó la península de Crimea, mientras que grupos separatistas prorrusos han intentado despojarle de otros dos de sus territorios: Donetsk y Luhansk.
Y es que aunque Osetia del Sur ha funcionado de facto desde 1992 como una entidad autónoma y aparte del gobierno de Tiflis, solamente un puñado de estados miembros de la ONU la reconocen como una república independiente: fundamentalmente Moscú y algunos de sus aliados como Nicaragua, Venezuela, Siria y Nauru, una pequeña nación del Pacífico.
Este territorio rebelde de Georgia es lo que expertos en relaciones internacionales califican como un «estado fantasma», un tipo de ente que ha ganado mayor atención, en especial, por los acontecimientos ocurridos en los últimos 15 años en el mundo exsoviético.
¿De qué se trata?
Autónomos, pero sin reconocimiento
«Hablamos de entidades que han expresado su deseo de ser estados independientes y que pueden ejercer cierto control sobre su territorio. Tienen algunas de las características típicas de los estados, pero no son reconocidas por la comunidad internacional o, al menos, no son reconocidas de una forma significativa», explica la politóloga Dahlia Scheindlin, analista especializada en política exterior y relaciones internacionales, a BBC Mundo.
Así, estos «estados fantasma» pueden hacer la guerra, convocar elecciones, construir escuelas, pero carecen del tipo de reconocimiento internacional que les permitiría convertirse en miembros plenos de la ONU.
También conocidas como «cuasi estados» o estados de facto, hay entidades de este tipo en diversas regiones del mundo. Algunos ejemplos son Chipre del Norte, Taiwán, Kosovo, Somaliland o Nagorno Karabaj.
Scheindlin explica que la mayor parte de estos «estados fantasma» han surgido en lugares donde ha habido conflictos de tipo etnonacionalistas (Taiwán es considerado como una excepción), algo que explicaría en parte por qué hay muchas de estas entidades en el antiguo bloque comunista de la Guerra Fría.
«Durante la desintegración de la Unión Soviética (URSS) hubo una serie de conflictos etnonacionalistas y eso se debe a que la Unión Soviética era un imperio grande y en expansión, con muchos grupos etnonacionales diferentes. Y, cuando se dividió, una forma que encontraron estos grupos para rebelarse contra el liderazgo comunista fue abrazar sus identidades nacionales«, señala Scheindlin.
La experta indica además que la URSS tuvo la política de intentar cambiar la configuración demográfica de muchos lugares enviando a vivir allí a población étnicamente rusa. «Todos estos intentos de hacer ingeniería con la identidad nacional a lo largo de los años llevaron a la rebelión contra estas dinámicas, una vez que la URSS cayó», apunta.
Apoyo exterior
En un artículo publicado en The New York Times, los profesores de la Universidad de Georgetown Daniel L. Byman y Charles King señalaban que la mayor parte de los «estados fantasma» sobreviven gracias a que reciben apoyo exterior.
Así, por ejemplo, Nagorno Karabaj obtiene soporte de Armenia, mientras que Chipre del Norte es respaldada por Turquía.
Scheindlin señala que el apoyo externo de un «estado patrón» permite a estos «estados fantasma» mantenerse a flote durante largos años en esa suerte de limbo del sistema internacional en el que se encuentran.
«Es cierto que muchas de estas entidades no pueden tener relaciones exteriores normales debido a que no son reconocidas. A menudo son sancionadas por ser consideradas como secesionistas, algo que el sistema internacional trata de desalentar para mantener la estabilidad. Y, con frecuencia, tampoco pueden mantener relaciones comerciales normales, por lo que terminan aislados diplomática y económicamente», señala la experta.
En ese contexto, contar con el respaldo de un estado externo fuerte puede hacer la diferencia.
Rusia es ese «estado patrón» para muchos de esos «estados fantasma» que en las últimas tres décadas han protagonizado importantes conflictos en el espacio exsoviético.
El respaldo de Moscú
Para los grupos separatistas de Transnistria (Moldavia), de Abjasia y Osetia del Sur (Georgia) y, más recientemente, de Donetsk y Luhansk (Ucrania), el apoyo de Moscú ha sido clave.
«Rusia juega ese rol [de estado patrón], sobre todo desde el punto de vista militar, en esos territorios», afirma Scheindlin.
En todas esas entidades hay presencia de tropas rusas que han estado destacadas allí, en ocasiones, durante décadas.
Los soldados rusos llegaron a Transnistria como «fuerzas de mantenimiento de paz» a inicios de la década de 1990, luego de una breve guerra librada entre las milicias independentistas rusoparlantes de ese territorio y el Ejército de Moldavia. Allí también están a cargo del resguardo de un depósito que contiene el mayor arsenal de armas y municiones soviéticas procedente de la Guerra Fría: unas 20.000 toneladas.
En Abjasia y Osetia del Sur, las tropas rusas también se instalaron inicialmente como «fuerzas de paz», después de las guerras que hubo entre los grupos independentistas de esos territorios y el Ejército de Georgia a inicios de la década de 1990.
Cuando estos dos conflictos se reavivaron en Georgia en 2008, Moscú entró en un choque armado con las fuerzas de Tiflis a las que derrotó en un plazo breve, tras lo cual el Kremlin decidió reconocer a Abjasia y Osetia del Sur como estados independientes, un gesto que fue condenado por gran parte de la comunidad internacional debido a que lesiona la integridad territorial de Georgia.
En cuanto a Donetsk y Luhansk, Moscú brindó apoyo abierto y encubierto a los grupos rebeldes que declararon la independencia de esos territorios de Ucrania en 2014, luego de la revolución popular que puso fin al gobierno del presidente el prorruso Víktor Yanukóvich. Ese mismo año, Moscú se anexó la península ucraniana de Crimea.
El pasado 21 de febrero, poco antes de iniciar la invasión a Ucrania, el presidente ruso Vladimir Putin reconoció la independencia de Donetsk y Luhansk y autorizó el envío de tropas a esos territorios con el argumento de cumplir funciones de «mantenimiento de paz».
Moscú también es vital desde el punto de vista económico para estos territorios. De hecho, en Abjasia, Osetia del Sur, Donetsk y Luhansk el rublo ruso es la principal moneda de circulación.
«Los separatistas en esos lugares son extremadamente dependientes de Rusia. Sin Rusia no creo que ellos habrían tenido ningún tipo de capacidad financiera o militar», apunta Scheindlin.
En el campo diplomático, resulta también notable que el reconocimiento externo que han recibido algunos de estos territorios como «estados soberanos» -más allá del que ellos mismos intercambian entre sí- básicamente procede de países aliados de Rusia como Siria o Venezuela.
¿Pero qué saca Moscú de todo esto?
Divide y vencerás
Scheindlin afirma que estos conflictos en áreas de la antigua Unión Soviética no se han resuelto en gran medida debido a las acciones de la propia Rusia que han hecho imposible su solución.
«Rusia ha estado interviniendo en esos conflictos con su presencia armada directa en algunos de esos territorios o dando respaldo a los separatistas.
«Esto forma parte de la política de Moscú desde 1989 que consiste en mantener un punto de apoyo, a través de fuerzas militares más o menos activas, con el fin de mantener débiles a esos estados [Moldavia, Georgia y Ucrania] que considera como parte de su zona de influencia, buscando cooptar parte de su población para así seguir extendiendo su influencia de forma palpable al controlar territorios de facto», indica.
«Creo que Putin ha sido muy consciente de que mientras más conflictos internos hay en una sociedad, esta se vuelve más débil en la escena internacional», agrega
Curiosamente, uno de los elementos que ha servido para justificar las intervenciones de Moscú en los países de su entorno ha sido la existencia de enclaves de población rusófona en esos estados, algo que según el historiador británico Simon Sebag Montefiore fue consecuencia de una política intencional aplicada por Josef Stalin.
«Él [Stalin] abrazó la misión imperial del pueblo ruso. Él diseñó la Unión Soviética utilizando su conocimiento de las disputas étnicas en el Cáucaso para crear repúblicas dentro de repúblicas -incluyendo Osetia y Abjasia- como los caballos de Troya de Rusia y estas han sobrevivido al gran proyecto de Stalin», escribió el historiador en un artículo publicado en The New York Times.
Esos enclaves han sido la base para el surgimiento de estos «estados fantasma» que hasta ahora se han presentado ante la comunidad internacional como fruto de movimientos independentistas locales.
Esta es una idea que para Scheindlin ha quedado en cuestión, al menos en lo que respecta a Osetia del Sur tras la iniciativa del gobierno de ese territorio de convocar un referendo para unirse a Rusia.
«Eso prueba que nunca hubo, en realidad, un movimiento orgánico de identidad de Osetia del Sur. Si hubiera existido, ellos habrían querido tener su propio estado independiente», señala la experta.
«Creo que simplemente son títeres de Putin«, agrega.
Por su parte, el Kremlin mantiene una actitud aparentemente distante ante esta iniciativa.
«No puedo adoptar ninguna postura. No hubo acciones legales ni de otro tipo en nuestro nombre a este respecto. Sin embargo, aquí hablamos sobre la voluntad de la gente en Osetia del Sur y la tratamos con respeto», dijo al ser consultado sobre el tema el portavoz del gobierno ruso, Dmitry Peskov.
En todo caso, si el referendo previsto para mayo o junio llega a derivar en la anexión de ese territorio a Rusia, Osetia del Sur dejará de ser un «estado fantasma» y se convertirá directamente en un territorio en disputa entre Moscú y Tiflis.